lunes, 9 de marzo de 2015

Historias

Una de las mejores cosas que le puede pasar a una persona es volver a nacer. Enterarse de que alguien o algo quiso entregarle otra oportunidad para rehacer su vida y corregir errores del pasado. Nadie sabe la razón, habiendo tantos seres vivos que la necesitan más que uno mismo, o al menos eso pienso yo. Claro, cuando uno ya es un débil anciano se arrepiente de todo.

Me llamo Bernard Ramsay y mi historia se remonta cincuenta años atrás. Cincuenta y tres, para ser más exacto. Me uní al ejército engañado como tantos otros jóvenes por la absurda publicidad de un camión que pasaba, prometiéndonos recorrer el mundo y proteger a la nación cumpliendo actos heroicos y otras cosas que nunca se cumplirían. En ese momento pensaba que podía pasar de malo, nada. Enseñarte a usar un arma, hacer ejercicios y que te paguen por eso. Cazaba pájaros con mi padre, por lo tanto sabía usar un rifle. Nada podía salir mal.

Me enlisté en el servicio británico de comunicaciones. Ese aparato me causaba curiosidad. Todavía no podía pensar como se podía mantener una conversación en directo con una persona ubicada a cientos de kilómetros de distancia. La tecnología hacía maravillas.

Todo marchaba excelente. Mi vida era tranquila,  como la de toda mi compañía. Enviar mensajes, transcribirlos, enviarlos nuevamente. Cualquiera podía adaptarse a esa aburrida rutina. Sí, mi vida era muy tranquila, hasta que el Reino Unido ingresó a la guerra y tiempo después, algún genio tuvo la original idea de enviarnos a una Europa en llamas con soldados de otras nacionalidades.

Años después, me encontraba en un avión rodeado de desconocidos volando sobre Normandía, aquel 6 de junio de 1944.

El cielo nocturno se iluminó con el estallido de cientos de bombas antiaéreas, causando violentos temblores en el interior de aquel avión.

El capitán me gritaba, ordenando que cuide aquella valiosa radio que permitiría comunicarnos en tierra. Teóricamente.

Respondí a la orden directa de mi superior ajustando los nudos que ataban la pesada radio que colgaba de mi espalda. Tragué saliva. La gran montaña de nervios amenazaba con salir de mi interior, abriendo la compuerta y escapándose. No estaba preparado para la guerra, no importaba la cantidad de entrenamiento que había recibido, no servía de nada a diez mil metros de altura.

Observé a varios de mis compañeros de equipo. La gran mayoría estaban igual. Impacientes, con fusil en mano y ojos cerrados. ¿A cuántos de ellos volvería a ver allá abajo?
El avión tembló nuevamente, en el mismo momento en el que una luz verde se encendió al lado de la compuerta.

Me levanté, ajusté y verifiqué mi paracaídas, cuando todo pasó.

Un gran estruendo me dejó sordo, a la vez de que una fuerza me lanzaba al suelo metálico del avión. Trate de ponerme de pie, pero un cuerpo me lo impedía. Era el capitán, observándome con una expresión vacía en el rostro, sin vida. Miré a mi alrededor y lo que ví me dejo paralizado.

La parte trasera del avión había desaparecido, así como la puerta de salida y todos mis compañeros. Donde tenía que estar la cola, había fuego. Sacando fuerzas de la nada, aparte el cadáver de mi superior y me levante de un salto. Empecé a revisar inconscientemente el paracaídas, notando que el avión iba balanceándose hacia atrás, invitándome a saltar al vacío. Salté.

Empecé a caer, ganando velocidad y forzando desesperadamente el paracaídas. Ese pedazo de tela si me hizo pasar unos segundos para el olvido. Parecía que tenía una gran moto en mi oído, producto de la caída a gran velocidad. Momentos después, el paracaídas se abrió, aligerando un poco el aterrizaje. Dije un poco, ya que se abrió tarde, apoyando todo el peso sobre mi tobillo derecho, fracturándolo.

El dolor me impedía pensar. Había perdido todo, el equipaje, el arma. Lo único que me quedaba era la radio, que milagrosamente estaba encendida y funcionando. Ese pedazo de metal me fue fiel durante los siguientes tres días en el que estuve bajo aquel arbusto y permitió que me rescataran y me pusieran a salvo. Sinceramente, el arbusto también me salvó de las patrullas alemanas que se retiraban terreno adentro.

Esa noche podría haber muerto. No sé porque no sucedió. Haber sido el único sobreviviente de aquel avión no me enorgullece. Pero opino que toda persona tiene su propio destino, y nadie puede escapar de él.

Espero que estén en un mejor lugar, porque yo pronto los visitaré.

lunes, 9 de febrero de 2015

El paso del tiempo

Nacer como un ser diminuto y comenzar a palpar aquella suave brisa, sentir el tacto del agua y tomarla alegremente como si fuera el último sorbo. Crecer en aquel barrio, asomándose cada día para observar como aquellas personas juegan y disfrutan el paso del tiempo en la puerta de tu casa. Hablar con tus vecinos y contar las experiencias de cada día, que aunque sean similares, siempre tienen algo nuevo y emocionante. Acostarse sobre el viento de cada día y, cuando no te des cuenta, experimentar la llegada del otoño, envejecer, caer del árbol, y morir.

miércoles, 28 de enero de 2015

Decisiones

El timbre del teléfono lo despertó, devolviéndolo a la sucia cama entre aquellas cuatro paredes de su departamento. No se levantó, con la esperanza de volver a conciliar aquel hermoso sueño en el que la abrazaba. Sabía que era un sueño, que no era real, que ella había partido y que nunca más iba a volver.

Él era el responsable de sus propias decisiones y de las de ella. ¿Por qué había pasado eso? ¿En qué momento había tirado todo por la borda, solamente por placer?
Sabía las respuestas, pero no quería aceptarlas.

El teléfono seguía sonando, ayudando a que su cabeza diera aún más vueltas. Se levantó, empujando con su pie una botella a medio llenar y desparramando el líquido por todo el suelo, empapando las prendas olvidadas la noche anterior. Maldijo, agarró la botella y la tiró al otro lado del departamento. Recogió la camisa y el sombrero con aroma a alcohol y cruzó el cuarto, desconectando el teléfono y devolviendo al entorno su silencio y tranquilidad original.

Quería dormir, acostarse y no despertarse jamás. Su vida no tenía sentido. Sus amigos y su trabajo, todos temas del pasado. Cosas que en ese momento carecían de importancia. Ni siquiera esa noche tenía sentido. ¿Cómo podía ser tan desgraciado? probablemente era un sueño, un horrible sueño del cual se despertaría y vería a su familia desayunando, como tenía que ser, como mandaba la vida. Al carajo esas frases que conocía todo el mundo, “Escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo”. ¿Quién había inventado eso? Había hecho las tres cosas y su vida era tan desdichada como la de cualquiera.

Nadie lo quería, bah, su familia lo quería. Eso, lo quería. Pasado. Ellos no lo entendían. No lo aceptaban, nunca lo aceptarían. El no tenía la culpa, su vida no había sido tan afortunada como la de otros. Todo el mundo tiene sus propios defectos y nadie se queja.

Solo se quejan de los de él. Ellos son los culpables de todo.

Sonrió. Ese, prácticamente, fue el mejor de sus pensamientos en toda la noche. Había que brindar.
Caminó hacia un rincón del cuarto, abriendo unas bolsas llenas de bebidas alcohólicas y agarró una. No sabía lo que era, pero su forma lo tranquilizaba. La jaqueca había vuelto, aún más fuerte que antes. No le importaba, lo único que quería era olvidar aquellos viejos recuerdos que asaltaban su mente. Recuerdos del pasado, recuerdos que ya no necesitaba, que quería eliminar.

Abrió la botella y bebió un largo sorbo.

El líquido ardiente se abrió paso por su garganta, despertando sus sentidos y forzándolo sonreír. Todo lo que necesitaba era eso. Nadie podía quitárselo. El alcohol era la solución a todos sus problemas y no iba a permitir que nadie le dijera lo contrario.

En su locura, agarró un pequeño banco y lo lanzó contra el ventanal del balcón, quebrando y desparramando el cristal por el suelo. Caminó en dirección al balcón, dando tumbos y esquivando los cristales rotos esparcidos sobre el suelo, se apoyó en la baranda y le dio otro sorbo a la botella.

Pensar que todos lo habían abandonado por esa cualidad. El alcohol lo mantenía feliz, ¿Qué acaso nadie lo entendía?
La vida es una Jaula –pensó. –La vida de todos es una jaula y nadie tiene la llave. Yo sí.

Lanzando una carcajada al aire llevándose la botella a la boca, pero estaba vacía. Maldiciendo, se volvió para agarrar otra, pisando los cristales con los pies descalzos.

Lanzo un grito de dolor y retrocedió, chocando contra la baranda del balcón y perdiendo el equilibrio. 
Quiso sostenerse de algo pero con la vista nublada por el alcohol no pudo, pasando por encima de la baranda. La botella de alcohol que todavía aferraba en su mano derecha se trabó entre el balcón y la baranda, impidiendo que cayera pero quedando colgado a ocho pisos por encima del suelo.

Estando colgado y mirando detenidamente la botella, sonrió. La única cosa que amaba en ese mundo lo había salvado de una muerte segura. Ahora nadie podía decirle que la deje. Nunca iba a hacerlo.

Pero su único amor lo traicionó.

La botella se rompió en su mano, dejándolo caer sin nada
que pudiera salvarlo. Y con su último segundo de vida, dándose cuenta de lo que había hecho, una sola palabra en forma de pensamiento cruzó su cabeza.

Perdón.

viernes, 9 de agosto de 2013

EL PODER DECIR ADIÓS

Segunda parte




-¿Estás perdido?

Una  grave voz rodeó a Damián, que pegó un salto de la sorpresa y se dio vuelta. Detrás de él había un hombre alto, cubierto con una capa, tan oscura como la capucha. Damián no podía distinguir el color de la ropa, que parecía cambiar de tonalidad según el movimiento que hacía el hombre. Debajo de la capucha salían mechones oscuros, mezclados en algunas partes por pelo blanco. Su larga barba le cubría la boca y era de igual color que su pelo. Sus ojos tenían un color café, y despedían una mirada profunda, decidida y hostil, nada parecida a su cuerpo que parecía golpeado y debilitado por los incontables años que parecía tener. Por último, un bastón simple, de madera y más alto que él dominaba su mano derecha.

-No… No. Estoy buscando a mi esposa –respondió Damián, todavía observando los pedazos de material en el medio del circulo-. ¿Qué pasó ahí?

-Nada importante, descuidos de las personas. Pasa con frecuencia –explicó el hombre, con la mirada perdida entre las partes deformadas de metal-. Hace unos momentos pasó una mujer caminando por éste lugar. Se fue en esa dirección.

El hombre señaló hacia el lado contrario de la colina, por lo que Damián le dio las gracias y apuró el paso. Caminó a ciegas durante unos momentos, cuando aquella risa le llegó a sus oídos. Contento, se dirigió hacia esa dirección hasta que el campo de trigo terminó.Una pequeña llanura se extendía ante él. Aunque carecía de luz alguna, podía divisar un gran arco al otro lado de la llanura. Cerca del arco podía verla, parada de espaldas a él, quieta y con la cabeza gacha.

Se acercó lentamente, cruzándole una mano por la cintura, y viendo su rostro, se sorprendió notar que unas relucientes lagrimas empezaban a correr por su mejilla.

-Estuve buscándote –dijo Damián

-Lo sé –se limitó a decir Florencia, mirando detenidamente hacia el gran arco que se presentaba delante de ellos. Se dio vuelta y sin poder contener las lágrimas, agarró su cara con las dos manos y le dio un largo beso, mirándolo a los ojos.

-Prometeme que no vas a olvidarme –le dijo, separándolo pero todavía con su vista clavada en la de su esposo-. Necesito saberlo, por favor.

-Mi amor –susurró Damián, tratando de no largarse a llorar aún sabiendo que no había causa para ello-. Lo sabes, sabes que nunca haría eso. Sos mi esposa, y sabes que lo que siento 
por vos nada ni nadie puede terminarlo. Te amo y siempre voy a hacerlo.

Sin poder controlarse, las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos. Estaban frías, pero no le importaba. No quería quitar la mirada de su esposa, no quería volver a perderla de nuevo.
Florencia seguía mirándolo detenidamente y aunque todavía tenía lágrimas corriendo por la cara, le sonrió, le puso un dedo en la boca y se dio vuelta, dirigiéndose hacia el gran arco, que en ese momento empezó a brillar.

Damián, perdido en la situación, quiso seguirla, y al dar el primer paso una mano fuerte y arrugada lo agarró del hombro izquierdo, y un susurro llegó a su oído.

-No podés, sabés que no podés. Todavía no es tu momento, Damián.

El llanto ganó y las lágrimas rebosaron los ojos de Damián, que se arrodilló en el pasto todavía viendo a su esposa alejarse sin mirar atrás, riendo y al parecer bailando. El clima pareció acompañarlo, ya que unas gruesas y frías gotas empezaron a caer del cielo, silenciosas, como respetando el saludo de despedida entre las dos personas, el último saludo.

-Vamos, el camino que tenés que recorrer es otro.

El hombre ayudó a Damián a levantarse, acompañándolo de vuelta hacia el campo de trigo, con su capa cubriendo su cuerpo y el bastón separando cuidadosamente los tallos que interrumpían su camino.

-¿Por qué? –pregunto Damián, secándose las lagrimas de los ojos.

-El porque lo sabe cada uno, las respuestas se presentan solas –explicó el hombre caminando silenciosamente, con las gotas chocando sobre su capa oscura -. Lo bueno es que aprovechaste ésta oportunidad. No todos lo hacen.

Sin explicarse, el hombre se detuvo. Damián se sorprendió al ver que habían llegado al círculo donde estaban todas las partes de materiales esparcidas por todo el radio. Miró al hombre, que bajó la cabeza y susurró:

-Adiós, Damián.

Levanto el bastón y lo empujó hacia el medio del círculo.

Damián sintió que una fuerza en el pecho lo empujaba hacia atrás. Cayó, pero el piso lleno de ceniza no pareció llegar nunca. Cerró los ojos esperando la caída, pero lo que llegó fueron imágenes.

Una calle que se extendía hasta donde no llegaba la vista, atravesando un campo lleno de trigales. Un automóvil yendo a toda velocidad sobre una calle con dos personas discutiendo dentro. Podía escuchar las voces elevándose por sobre la música de fondo. La imagen se acercó, y para su sorpresa, descubrió que era él el que conducía y Florencia a su lado. Discutían, discutían sobre diferentes temas sin oír al otro. De un momento para otro, un ganado salió de la nada, atravesando la carretera lentamente sin prestar atención al automóvil que se acercaba más y más. Damián quiso gritar, pero no pudo, quiso advertir a su otro yo y a su esposa sobre el ganado, pero no pudo. Pudo ver como el auto advirtió al ganado en el último segundo. Ese segundo no fue suficiente para que la parte izquierda del automóvil no colisionara con el ganado, perdiendo la estabilidad y precipitándose hacia el campo de trigo desprendiendo pedazos de diferentes materiales y dando interminables vueltas, hasta que todo terminó, dejando por un momento que el silencio dominara el panorama, hasta que el sonido y la luz del fuego ganó.

Damián sintió nuevamente el dolor en la pierna, tan intenso, que abrió los ojos. Veía borroso, no sabía dónde estaba. Sabía que estaba acostado en una cama, sin poder 
moverse, y lleno de cables. Escuchaba dos voces cerca de él, y haciendo un esfuerzo, pudo divisar a tres personas.

-Hicimos lo que pudimos con su padre, pero no conseguimos salvarle la pierna. El golpe fue demasiado fuerte. No tendría que decir esto, pero tuvo suerte de que saliera despedido durante el choque. Igual, lo que me preocupa es su cabeza, puede que el golpe haya afectado ciertas zonas de la memoria. Los análisis dicen eso, pero no podemos estimar la magnitud del golpe hasta que se despierte. Mi ayudante se quedará con usted para que pueda responderle algunas dudas, voy a volver cuando termine con otros pacientes. Igual, le recomiendo que lo deje descansar, como a usted.

-Gracias doctor, lo entiendo. Cualquier cambio en mi padre, se lo haré saber.

-Acerca de su madre. Todo el equipo médico queremos decirle que hicimos lo posible.

-Lo sé, doctor. Seré la responsable de explicarle a mi padre cuando se despierte.

Las dos personas desaparecieron, excepto la última vestida de blanco, que acomodó sus mantas, y también se retiró.

Damián logró abrir los ojos con esfuerzo. Todo le parecía extraño, las mantas, la sala, los aparatos que lo rodeaban, y también el por qué estaba ahí. Sentía dolor, pero no recordaba la causa. No sabía quiénes eran los que estaban hablando cerca de él, lamentaba la situación de los padres de la mujer. Pero tenía que averiguar qué pasaba, una vez que se recuperara.
Paseando la vista por el cuarto, posó su mirada en una pequeña cesta de mimbre barnizado sobre una silla. La observó por un momento y sonrió lentamente. Podía olvidar cualquier cosa, pero nunca se olvidaría de la dueña de esa cesta, ni a la mujer que lo había hecho feliz durante toda su vida.

-Voy a volver a verte –se dijo a sí mismo -. Tarde o temprano voy a volver con vos.

Y diciendo esto, se acomodó en su cama de mantas blancas, y se durmió.


Fin.



Pequeña historia que escribí, así que espero que les guste y bueno, acepto críticas de todos los gustos para poder mejorar para el futuro :).


jueves, 8 de agosto de 2013

EL PODER DECIR ADIÓS

Primera parte






Paz. Una paz cómoda acompañada de un silencio inquietante, capaz de adormilar los sentidos y dejar la mente en un estado de inconsciencia, de tranquilidad.

Eso fue lo que sintió Damián cuando despertó. 

Mirando al cielo, sintió como la brisa de aquella mañana de primavera rozaba suavemente los pliegues de su ropa y su piel. Como el césped lo abrazaba, invitándolo a quedarse para siempre en esa posición, recostado boca arriba, observando cómo las nubes se elevaban a cientos de metros sobre él, jugando entre ellas y formando esculturas extrañas que se deshacían a los pocos minutos, y como una suave mano acariciaba la suya, convirtiendo ese instante de semiinconsciencia en un sueño largo y hermoso.

Levantó la cabeza lentamente debatiéndose si aquello era un sueño o si estaba sucediendo realmente, si podía ser tan perfecto como lo estaba viviendo, cuando su mirada se cruzó con los ojos más bonitos que había visto en toda su vida. Observó a la mujer que llevaba esos ojos marrones claros, acompañados por unas pestañas oscuras, largas y finas, completando así una mirada de inocencia y curiosidad, esa mirada que le gustaba tanto y que tenía el placer de contemplar todas las mañanas cuando el mundo real lo despertaba. La cara de la mujer acompañaba la hermosura de sus ojos. Una boca fina, sensual, formada por unos labios traviesos y protegiendo una dentadura blanca y perfecta. Una piel lisa, adictiva, de temperatura perfecta al tacto. Esa cara tenía en frente Damián, la cara que tanto conocía, desde hacía muchos años antes.

-Siempre me gustó verte dormir –dijo con una voz aguda y suave aquella boca.

Damián seguía observándola en silencio, completamente quieto y perdido en la mirada de esa mujer. Podía pasar años sentado en ese lugar, bajo aquellas nubes, compartiendo la mirada con esa persona a la que siempre amó, desde la primera vez que la vio caminando tranquilamente por la orilla del mar bajo aquel Sol de verano. Amor a primera vista pensó Damián, mientras una sonrisa aparecía en su rostro tallado por los años y la experiencia.

-Siempre me gustó tenerte a mi lado mientras dormía –respondió, agarrando suavemente un largo mechón de pelo castaño oscuro de la cabellera de su mujer mientras sonreía y miraba a su alrededor.

Estaban solos, en la cima de una colina teñida de verde, acariciada por los agradables rayos del sol todavía jóvenes que se asomaban sobre las nubes de vez en cuando. Un hermoso árbol, cuyas hojas sonrosadas se agitaban al compás de la suave brisa que acompañaba el ambiente, se levantaba sobre un lado de la colina. A lo lejos se extendían grandes campos sembrados de lo que parecía ser trigo, por su color amarillento que conseguían cuando los rayos del Sol alumbraban. El lugar le parecía conocido a Damián, había estado ahí pero no sabía cuándo, era difícil pensar estando tan cómodo, con esa brisa que lo incitaba a dormirse.

-Podríamos estar mirándonos toda la vida, pero hay otras cosas que tenemos que hacer para que éste placer dure –dijo de nuevo aquella hermosa mujer, señalando una canasta de mimbre barnizado que Damián no había visto antes-. No es un secreto que te gustan mucho mis sándwiches.

Damián sonrió, agarrando lentamente la mano de la mujer y dándole un cálido beso en el anillo dorado que coronaba el dedo anular. La miró y la rodeó con un abrazo acostándola bajo él. Se acercó a su oído izquierdo y susurró:

-Eso puede esperar, tengo algo más exquisito entre mis brazos.

Diciendo esto, le dio un largo beso y se entregó a los abrazos de su querida esposa, hasta que una fuerte brisa lo devolvió a la realidad. Levantó su cabeza extrañado, observando prácticamente la nada, ya que el silencio en aquella colina era completo. No corría viento y el sol reinaba completamente el cielo, devolviendo rayos luminosos hacia todo el lugar, haciendo brillar los grandes campos de trigo.
Recordando los momentos previos, bajó la cabeza buscando a su mujer, pero no la encontró.

-¿Florencia? –Llamó, abandonando el abrazo del césped-. ¡Florencia!

Damián empezó a caminar lentamente y con dificultad, soportando una pequeña molestia en la pierna, obligándolo a retrasarse en la búsqueda de su esposa.
Lentamente el pánico empezó a apoderarse de él y parecía que el cielo lo acompañaba, dando lugar a unas enormes manchas negras, amenazantes, que cubrían lentamente el Sol, negando la calidez que lo había tranquilizado momentos antes.Sin soportar el dolor de su pierna, se apoyó sobre el árbol, que en ese momento se encontraba quieto, en silencio, como observando expectante que iba a suceder a continuación. Observó su pierna, pero no encontró nada. ¿Por qué le dolía tanto? No podía unir ideas, era todo tan perfecto y de repente todo se volvió frío, turbio, oscuro.

Una suave carcajada sonó abajo, cerca de los campos de trigo. Damián entorno los ojos y la vio, era ella, bailando graciosamente sobre aquella alfombra verde repleta de flores diente de león. Sonreía y le hacía señas para que se acercara. Por cada paso que Damián daba para encontrarse con su mujer, el dolor de su pierna desaparecía por completo y el clima cambiaba, el cielo se aclaraba lentamente y los rayos del sol aparecían nuevamente para teñir de vivos colores el paisaje que lo rodeaba. Él no se daba cuenta, el único objetivo que tenía en la cabeza era volver a reunirse con su esposa, abrazarla para nunca más soltarla, volver a sentir el tacto de su piel, quedarse juntos en ese lugar para siempre.

Damián se acercó, tomó la mano de Florencia y se puso a bailar, moviéndose lentamente por entre las flores, describiendo elegantes círculos al mismo tiempo que una lenta música empezaba a sonar. Mientras danzaban sobre aquella pradera lustrada y pintada por los rayos del Sol, Florencia sonreía y miraba con cariño a Damián, que estaba silencioso, contemplándola.

-No importa lo que haya sucedido, quiero que sepas que te amo y que siempre voy a estar a tu lado para protegerte y acompañarte.

Damián no sabía a qué se refería, pero lo aceptó.
Ese paisaje volvía a resultarle conocido y esa música resultaba muy familiar, aunque la escuchaba media lenta y distorsionada.

Florencia lo soltó, y esbozando esa dulce sonrisa que la caracterizaba, hizo señas a Damián para que la siguiera, y desapareció en el trigo. Él no dudó. Se metió apresuradamente en aquel campo y empezó a caminar. A medida que iba internándose en aquel espeso campo, la música iba apagándose, dando lugar a un inquietante silencio nada parecido a la tranquila paz que había sentido en la cima de la colina. Caminó y caminó por un tiempo, sin escuchar nada, guiándose por un extraño instinto que le revelaba la dirección correcta. Lentamente, a medida que se adentraba en el campo, el maíz se volvía cada vez más oscuro, hasta que el color negro ceniciento dominó el paisaje. Damián se abría paso, apartando los tallos de su camino, estos se convertían en ceniza, desapareciendo y esparciéndose por el suelo seco, decorado por los tallos destruidos y pisados.

Damián caminó y llegó hasta un pequeño espacio donde parecía que los tallos de maíz habían sido cortados violentamente, ahora descansando en el suelo. En el medio del campo, había miles de partes de hierro metal y plástico, derruidos, sucios, quemados y manchados por la ceniza. El límite del círculo estaba decorado de silenciosas llamas que crepitaban alegremente, como dando la bienvenida al visitante. Volvió su mirada al cielo, donde parecía que la noche había llegado, pero ninguna estrella se asomaba. A pesar de la oscuridad que lo rodeaba, veía perfectamente.